lunes, 22 de enero de 2018

Fotografías sobre el repulsivo mundo de las peleas de perros en China


Asqueroso y triste es aquel espectáculo en que un animal pierde la vida ante el deleite de una bestia llamada humano.

Nunca una frase tan cursi ha resultado tan engañosa.

«El perro es el mejor amigo del hombre» no siempre ha sido una frase cumplida al pie de la letra. Cuando algunos sustituyen las caricias, los juegos y los cuidados hacia sus perros por golpes y maltratos con el fin de prepararlos para efectuar terribles combates a muerte contra otros de su especie, el romanticismo de dicha línea queda destruido en mil pedazos.


En realidad, el ser humano (o algunos ejemplos de él) siempre se ha caracterizado por ser el peor amigo de los animales: se ha encargado de aniquilarlos, usarlos para sus fines, asesinarlos a sangre fría o domesticarlos hasta hacerlos perder su estado natural. Esas batallas clandestinas de perros que se muerden y hieren hasta la muerte tienen su antecedente más lejano en las batallas públicas que sostenían contra toros, jabalíes y osos en la Inglaterra medieval, en específico durante el reinado de Enrique II.



Paris Garden fue el primer recinto londinense donde se amarraban a toros y osos de sus cuartos traseros y se soltaban pitbulls para que se enfrentaran en batallas letales, donde corrían ríos de sangre para deleite de los jóvenes londinenses. A partir de estas festividades, la historia de las peleas de perros se convirtió en una práctica continua alrededor del mundo; siempre en el marco de la ilegalidad, ya que los animales sirven para un mercado de apuestas entre personas sin escrúpulos que crían a los perros para ello.




En China las peleas de perros son un espectáculo atractivo en provincias remotas como la aldea Sanjiao, en el marco del Festival de los Faroles, celebrado por campesinos de la localidad para recibir la primavera. Estos acuden a arenas especiales para ver morir a los perros, alentando un desenlace que entre mientras más violento resulte más placentero será para ellos.


En el Festival de los Faroles que se celebra a nivel nacional, las casas se iluminan con lámparas rojas que ofrecen un espectáculo maravilloso con su pacífica luz. Sin embargo, en Sanjio lo que más ilumina la celebración es el rojo de la sangre que brota de las heridas de los combatientes.





Para que los perros muten en letales máquinas de violencia y destrucción, sus dueños, y verdugos, los privan de alimento, les propinan palizas, los mantienen aislados en la oscuridad. Los drogan para fomentar en ellos un temperamento agresivo que se desfogará más tarde en un ring, como si de un pugilista se tratara.

Otros métodos de entrenamiento consisten en que los perros corran varios kilómetros amarrados a una bicicleta o con cinturones de plomo fijos a su cuerpo. Eso hace que ganen fuerza y resistencia a la hora del combate. Para que la mordida sea letal, los entrenadores usan gomas de neumático que fortalecen la mandíbula del perro cuando la muerde y se le obliga a permanecer colgado de ella durante varios minutos.

Drogas como testosterona y efedrina son suministradas a los animales para aumentar su velocidad y resistencia física en combates que se pactan con meses de anticipación. Estos datos han sido difundidos por el medio cubano Martí Noticias, a propósito de una investigación realizada sobre este negocio que también es ilegal en Cuba. La preparación a la que es sometida un perro de pelea es muy similar en el mundo entero.





Expertos entrenadores de estos sanguinarios espectáculos suelen usar como sparrings a perros robados con nula preparación y que sirven para probar los avances de sus mascotas. Algunos de estos animales robados pierden extremidades, cuando mejor les va en el desigual combate; la mayoría muere a los pocos minutos de que sus cuerpos reciben el mortal tratamiento de una mandíbula educada para matar.





A pesar de que las batallas entre perros han sido denunciadas y perseguidas por grupos que se dedican a pelear a favor de los derechos de los animales, estos eventos continúan siendo promovidos en la clandestinidad, debido a las cantidades enormes de dinero que circulan y con las que muchos se han enriquecido. La sangre brotando de las heridas, los aullidos de dolor y miedo, el sonido de la piel desgarrándose en cada dentellada, la furia primitiva del animal son tristes elementos que excitan los ánimos de un grupo de personas enfermas para quienes el ritual del dolor es sinónimo de diversión.







La domesticación del perro ha permitido que quienes promueven las masacres entre diferentes especies de este animal, lleven por un camino inadecuado su crianza y "cuidado", utilizando al animal como una máquina guiada por un instinto alterado a propósito. Estas imágenes hablan con suficiente furia y claridad como para pasarlas por alto. Ver la muerte cernirse sobre una o más vidas es sólo un síntoma de la decadencia humana que ha empapado la historia de nuestra raza con la sangre de inocentes.

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