lunes, 5 de febrero de 2018

Lee este cuento cada vez que te sientas solo


Persecución

Una mujer, llamada Lara, había salido a caminar. La noche de verano volvía denso el aire y en su casa no corría ni la más mínima brisa. El barrio estaba callado como suele pasar después de las 10. La luna se dibujaba tímida en el cielo, aunque las estrellas no se veían nunca en la ciudad como esa noche que recordaba haber pasado arriba de la montaña. 

Sin pensarlo demasiado, caminó en dirección al río. A medida que avanzaba, un brisa caliente le revolvía el pelo que caía sobre sus hombros. Probó acelerar el paso para ventilarse más. Pero se detuvo cuando escuchó un sonido tras de sí, seco y cercano. Miró para todos lados, pero no vio nada. Así que siguió. Pero empezó a sentir como si alguien la siguiera. 

Hacia un costado, la pared de una casa le reflejó una sombra, y su corazón saltó en el pecho. "No mires hacia atrás", se dijo. Y aceleró el paso. La figura tras de sí lo apuró también. La sombra parecía acercarse cada vez más. 


Como si fuera un reflejo del cuerpo que buscaba mantenerla a salvo, se lanzó a correr lo más rápido que pudo. Pero cuando se quiso dar cuenta, ya había llegado al puerto. No había escapatoria. La figura la había seguido. No había más que hacer ni tenía más aliento. 

Agitada, con miedo, y temblando como una gelatina, se volteó despacio, tratando de disimular el miedo y la agitación. Cuando miró de frente hacia atrás, vio el contorno de su cuerpo ampliado en el puente, agitado y latiendo al son de su corazón. Se quedó así en silencio. Observando como de a poco su respiración, y la de su sombra, se sincronizaban. Del miedo, del alivio, y de la agitación no pudo más que echarse a reír. Nunca había habido tras de sí nadie más que ella misma. 



Ella se sentó a mirar el río. El sudor comenzó a secarse en su frente. La luna le alumbraba la nariz, y el viento le soplaba despacio en el oído. Así se quedó, en silencio durante horas. Su fiel compañera, proyectada en el suelo, permaneció con ella toda la noche. Lara pensó que nunca se había sentido más acompañada, a salvo y protegida como en ese momento. 

Después de ese día, ella descubrió que no tenía nada por qué temer. Que en la soledad solo ella decidía ver en su sombra una amenaza que le quitaba el aire, o, por el contrario, la compañera más fiel de todas. Al fin y al cabo, lo que había a su alrededor, era solo lo que ella decidía proyectar. Así que se propuso imaginarse que siempre la rodeaba lo mejor. 

Desde allí, ir al río a compartir el silencio con su sombra se convirtió para ella en un ritual íntimo que le recordaba lo importante que era siempre poder contar con ella misma.

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